Mientras en el regazo de la muerte yace tu ropa,
tratas de olvidar aquellos besos que te dijeron,
procuras callar aquellos ojos que reclaman sangre,
e intentas superar los recuerdos de tu piel.
Fueron muchos los versos que quedaron sin decir
y pocos los silencios de un teodio abrumado.
Es que sentías el carisma del extraño triste de cara pintada
pues sus sollozos lo dejaban casi sin cuerpo
y su alma en vigor,
pero no supiste desarmarte
en los cristales miles de tu reflejo.
Las neblinas siguientes fueron costumbre,
costumbre del deseo y la soledad;
y las lunas pasaron solas, lejos,
y en virtud del disimulo,
siguieron el rumbo del sinsentido de dolor.
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